lunes, 11 de enero de 2010


No leo mucho, últimamente. Ando inquieta, con mariposas malas en el estómago y nervios a punto de ser vomitados. Me da asco la comida y tengo ganas de gritar demasiado a menudo. Quiero expresar. Expresar con dibujos, con frases, con canciones... pero, desgraciadamente, no nací artista. Nunca lo he sido. Consumidora, como mucho. Habrá que conformarse.
En la mesita de noche está "En el Camino", de Kerouac a medio leer. También "Guerra y Lenguaje", de Adan Kovacsics. En cola, "El Aleph", de Borges, "La Insoportable Levedad del Ser", de Kundera, y un libro de cuentos de Raymond Chandler. Lo mejor de no leer es la excitación que sientes al pensar en todo lo que te queda por delante, en lo bien que lo vas a pasar cuando te vuelvan las ganas, en que tu futura sed de letras tardará mucho en ser colmada, en que hermosas, retorcidas y misteriosas palabras esperan tu despertar... y lo habrá, a dios (o a quien sea) pongo por testigo que volveré a leer como en mis épocas más doradas y brillantes. Que las historias de caballeros de brillante armadura, de perdedores sin remedio, de católicos pobres, de prostitutas tiernas y de hombres en metamorfosis volverán a llenar mis sueños.